miércoles, 27 de junio de 2007

Lilith

Varón y hembra los creó.
Gén, 1,27

En la Biblia, ese libro tan nombrado como poco leído, aparece un doble relato de la creación de la Humanidad. Este fenómeno, bien conocido, indica la existencia primigenia de dos versiones de dicha creación, o más concretamente, la existencia de una segunda versión que ha modificado (y suplantado, en este caso) a la primera. Esta segunda versión es la que todos conocemos: Adán, Eva, la costilla, la serpiente y la manzana.

Algunos críticos textuales consideran que el conjunto de las dos versiones forma un mito que alude a la transición de las sociedades de cazadores-recolectores a las sociedades sedentarias, agricultoras y ganaderas. Como resultado de esta transición, surgió el concepto fuerte de propiedad privada, y también el de la dominación del hombre sobre la mujer, al pasar esta a ser considerada como una propiedad más.

Las sociedades de cazadores-recolectores (o cazadores-recolectoras, más bien) solían ser matriarcales, y por lo tanto, es lógico que exista una primera versión de la creación que representase esta situación. En la Biblia, apenas quedan algunos versículos, pero gracias a los textos apócrifos podemos reconstruir la versión completa. Así, Dios habría creado al hombre y a la mujer a la vez, ambos a su imagen y semejanza.


El primer hombre, como en la versión conocida, se llamaba Adán; pero la primera mujer no era Eva, sino Lilith. En una sociedad en la que la división del trabajo, cuando la había, no implicaba la dominación de un sexo sobre el otro, Lilith se comportaba de manera natural como hoy soñamos con poder comportarnos algún día las mujeres feministas: en igualdad con Adán.

Sin embargo, en versiones intermedias surgen las primeras desavenencias entre Lilith y Adán, representadas de manera poco casual y sí muy simbólica en la postura para realizar el coito. Adán, futuro dominador, consideraba que Lilith debía permanecer debajo, en la posición de dominada, mientras que Lilith se negaba a mantener relaciones sexuales no igualitarias.

Ante esta situación, Lilith decidió anteponer su autonomía frente a todo lo demás, incluida la maternidad. Así, logró extraer de Dios su nombre secreto y se marchó del Paraíso. En las tradiciones antiguas, y muy especialmente en la judía, el nombre tiene gran importancia, ya que se considera que en él reside la esencia del objeto a que hace referencia. Por lo tanto, Lilith llegó al conocimiento de Dios, el más alto conocimiento al que se puede llegar, liberándose después y abandonando el Paraíso.

Personalmente, considero que este abandono del Paraíso tiene un valor simbólico muy especial. Así, los mitos de rebelión frente a la autoridad suprema, como el de Lucifer o el de Prometeo, terminan con la expulsión del rebelde, no con la marcha del mismo por su propio pie. Es Lilith la que abandona a Dios, no Dios el que castiga a Lilith, sin duda algo novedoso y que nos puede llevar a reflexionar sobre el significado profundo que este acto puede tener para las mujeres.

Por otra parte, algunos autores consideran que la figura de Lilith no ha sido completamente borrada de la segunda versión, sino que se la ha transformado en la serpiente que ofrece el fruto del árbol prohibido a Eva. De hecho, en algunos textos se defiende que fue la serpiente y no Adán la que fecundó a Eva la primera vez, de modo que su primogénito, Caín, sería hijo de ambas. Esta interpretación, lógicamente, nos lleva a pensar que Caín, “el traidor”, es el hijo de Eva y Lilith, el hijo de la sabiduría suprema y de la mujer sometida, o simplemente, ¡por qué no!, el hijo de dos mujeres, el hijo varón de las mujeres, sobre lo cual se podrían escribir cientos de tratados y reflexionar hasta nuestra última espiración.


Encantada de empezar.

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