jueves, 23 de julio de 2009

La Montaña Mágica

Claro que llevaba una vida tan alocada que era para matarlo
(p. 161, quinta frase).

Desde hace más de seis meses, subo de vez en cuando a su montaña. La de Thomas Mann, uno de mis escritores preferidos.

Lo conocí por casualidad, de la mano de una lectura obligatoria de la que no esperaba nada. Nada bueno. Y sin embargo, me atrapó, me embriagó, le dio sentido a tantas cosas…

Para mí, Thomas Mann es un escritor profundamente homosexual. No sé cómo será para una persona hetero leer sus líneas, pero para mí, significa encontrarme con mis dilemas vitales preferidos: el amor o el deber, el amor que se debe o el que se ama, la sociedad o la persona, la mirada desagradable de los otros hacia la plenitud, la muerte en vida… Dicen que Thomas Mann es un escritor que trata temas universales, y quizá sea así, pero para mí trata temas homosexuales que, curiosamente, pueden universalizarse.

Mi novia me regaló La Montaña Mágica por Reyes, y desde entonces la leo como me gusta a mí: despacio, en los momentos en que me apetece, intercalándola con otras lecturas, sin preocuparme por llegar al final. Entiendo que no todos los libros se pueden leer así; de hecho, creo que sólo los verdaderos clásicos aceptan esa lectura, porque la mayoría, como La Montaña Mágica, no van absolutamente de nada. Volver a sus líneas es volver a encontrarse con sus personajes, charlar con ellos sobre cualquier cosa, ir perfilando su personalidad y conociéndolos como quien conoce a un amigo y se interesa por su estado de salud: física, mental, emocional, vital. Si algo no es Thomas Mann, eso es trepidante. Y por eso, quizá, me gusta tanto leerlo: porque respeta mis espacios, no atrapa mi mente en tramas ridículas, sino que la oxigena con hermosas ideas.

Muchas frases de Thomas Mann me han regalado profundas revelaciones sobre mí misma. La que el azar ha elegido esta vez también lo hace.
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Fue difícil encontrar esa quinta línea. Estaba casi al final de la página, después de perfectas y casi interminables secuencias que regalan un punto como quien da limosna (también me gustan los escritores que saben componer bien las frases largas). La única frase corta, rápida y fugaz, como su contenido.

Esa frase habla de lo que seguramente mucha gente piensa de mí debido a mi homosexualidad, de lo que Thomas Mann seguramente pensó que la gente pensaría, de lo que él mismo pensaba. Habla de nuestra presunta enfermedad, de nuestra locura, de nuestra superficialidad, del desorden de nuestros apetitos.

Y sin embargo, Thomas y yo somos todo lo contrario: un deshecho de responsabilidad que intenta por todos los medios imprimir algo de locura, de ligereza a su vida, que no desaprovecha una oportunidad para sentir un poco de vértigo entre tanta cordura, tanto orden que, aunque positivos en tantos aspectos, a veces resultan ser una losa demasiado pesada.

La Montaña Mágica está plagada de personajes alocados, excéntricos, superficiales, que viven su vida de cualquier manera porque saben que la muerte les acecha, que les devora desde dentro, y que en esas circunstancias divertirse es lo más inteligente que pueden hacer. Creo que Thomas Mann refleja en esos personajes todo lo que le hubiera gustado hacer en la vida, que son su vía de escape frente a la rectitud, frente al deber. Personajes con los que cuesta reírse y que sin embargo, de alguna manera, representan la más profunda alegría de vivir.

Con sus obras, con su vida, Thomas Mann nos recuerda lo que no debemos ser, aquello en lo que no debemos convertirnos, si es que queremos luchar por una vida auténticamente feliz.

Encantada.

sábado, 18 de julio de 2009

Vacaciones

Este año, mi novia y yo nos hemos ido de vacaciones a Cantabria, una preciosa región a la que esperamos volver.
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La verdad es que escoger destino es un poco difícil para nosotras, porque yo soy de playa y ella es de montaña, así que solemos intentar que haya de las dos cosas allí donde vamos. Por suerte, en lo que sí estamos de acuerdo es en irnos antes que nadie y volver cuando salga todo el mundo, ya que nos agobian las multitudes. Además, nos gusta ir al Norte, a pasar un poco de fresquito para romper con la rutina de terrible calor en Madrid, además de los grados de más que sufrimos en nuestra casa.


Estas han sido las vacaciones más largas que hemos disfrutado juntas hasta la fecha: una semana. Y creo que son las que nos han parecido más cortas. Hemos hecho de todo: senderismo, excursiones en bicicleta, playa, visitar varias ciudades, tumbarnos a la bartola y jugar mucho al chinchón.


Reconozco que suelo aburrirme enseguida de las vacaciones, siempre quiero volverme a casa cuanto antes porque se me empiezan a ocurrir muchísimas cosas que hacer, pero me parece que este año he comenzado a convertirme en una persona normal y no me hubiera importado quedarme diez días… o incluso más.


En cualquier caso, para mí estas vacaciones han sido especiales porque mi novia y yo nos encontramos en un punto muy bonito de nuestra relación. No es que no tengamos problemas, ni que los que nos rodean hayan dejado de molestar, pero hemos aprendido a vivir con ello, a dejar que nos afecte lo justo, sin que decida cada uno de nuestros estados de ánimo, y a ir encontrando pequeñas soluciones poco a poco, sabiendo que con el tiempo todo fluye y se transforma, afortunadamente, para bien.


Tuvimos una conversación muy emotiva en la que pudimos hablar de cómo el rechazo de mis padres (que aunque vaya evolucionando todavía existe como tal) nos afecta en la manera de relacionarnos. Yo le confesé que le cuento dos de cada cinco cabreos que me cojo con ellos, porque espero que algún día puedan convivir, y sé que si le explicara a mi novia todo lo que siento puede que ella llegara a no querer mantener ningún tipo de relación con ellos o a ser permanentemente hostil. Y lo sé porque siempre que le cuento los problemas que me generan mis padres, ella salta en mi defensa y les pone a parir. Parece hermoso, y al fin y al cabo, no espero otra cosa diferente a que se ponga de mi parte, pero a la larga no es positivo, ya que yo conozco a mis padres, sé darle la importancia que tienen a sus historias, pero ella no. Y además, a ella no le unen los lazos que me unen a mí con ellos, por lo que es natural que le dé menos importancia a deteriorarlos o romperlos.


Por otro lado, mi novia me explicó que, cuando intuye que estoy teniendo problemas, que me encuentro triste o desanimada, y yo insisto en decirle que no me ocurre nada, ella siente que la alejo de mí, que no tengo confianza en sus reacciones, que no quiero que sepa lo que me pasa. Y eso la hace sentir muy triste. Así que llegamos a la conclusión de que yo podía intentar comunicarme más y mejor con ella en este aspecto, y ella trataría de permanecer serena ante mis problemas, tratando de ayudar con visión de futuro. Y esto es algo en lo que tendremos que trabajar mucho, porque ambas tendemos a hacer lo que venimos haciendo todo este tiempo: yo cerrarme como una concha y ella protegernos a través de su ira.



También tuvimos otra conversación que para mí fue muy especial. Y es que ambas nos dimos cuenta de que ya nos sentimos preparadas para ser mamás. Tenemos ganas, nos apetece, creemos que es un buen momento y sabemos que las dudas y los miedos no pueden guiar nuestras decisiones, porque siempre van a estar allí. Sin embargo, aunque estemos preparadas para ser mamás, no lo estamos para ser mamás lesbianas. Todavía hay muchos temas a nuestro alrededor y en nuestro interior que debemos trabajar si es que queremos ser unas madres relativamente cuerdas y responsables. Que queramos tener hijos no significa que podamos tenerlos, no en nuestras circunstancias actuales, y eso nos apena profundamente, pero a la vez, nos hace sentir que estamos en el camino adecuado, y que tarde o temprano también nos sentiremos preparadas para ser las únicas madres que podemos llegar a ser.


Por lo demás, estas vacaciones nos hicieron plantearnos muchas cosas acerca de lo que significa vivir en la ciudad. El campo es tan hermoso, tan tranquilo, tan… barato. Y la ciudad es todo lo contrario, y mucho más una ciudad como Madrid. Además, el campo puede significar estar a media hora de una ciudad, si esta es relativamente pequeña, como Santander o Bilbao. Pero en Madrid, estar a media hora quiere decir seguir estando en Madrid. Las distancias son enormes y no se puede disfrutar de ambas cosas a la vez. En cualquier caso, no tiene importancia: es uno más de los miles de pensamientos que llenan nuestra cabeza de dilemas mientras esperamos que aparezca la casa que nos queremos comprar.


En fin, unas vacaciones hermosas y fructíferas.
Encantada.

martes, 14 de julio de 2009

Orgullo 2009

Dedicado a todas las personas LGBT que vieron la manifestación como público, para que pronto sientan el orgullo suficiente que les permita poder participar en ella.

Este año acudí a la marcha del Orgullo con los ojos bien abiertos y el cerebro a punto para captar todas las diferencias y detalles especiales que observara respecto a las marchas anteriores, porque ya van unas cuantas y, a simple vista, todas pueden parecer iguales y, por lo tanto, no tendría nada que reseñar.

Para mí, una de las cosas que más me gustaron de esta marcha fue el eslogan: “Por una escuela sin armarios”. Me pareció particularmente acertado porque consiguió movilizar a mucha gente joven (y cuando digo “joven” quiero decir “adolescente”). No sólo tenían presencia las universidades, sino que había también representaciones de algunos institutos, centros concretos, con nombres y apellidos, lo cual me llenó de emoción y esperanza. Esos chicos y chicas están empezando a sentirse libres desde muy pronto, han interiorizado la idea de la lucha y el orgullo y acuden a la marcha a celebrarse a ellos mismos, dando la cara como tantas otras personas mayores que ellos, mucho menos frágiles en casi todos los aspectos, no se van a atrever a hacerlo en la vida. Me gustaría destacar especialmente su conciencia: al grito de “No desfilamos, nos manifestamos” (que tuve el gusto de oír en varias lenguas) demostraron que no todos son unos niñatos mimados y comodones, sino que, aunque sean una minoría, tienen tanta o más conciencia que sus mayores. A propósito de lo cual vendría bien hacer una reflexión: ¿son ellos proporcionalmente menos que los adultos que acudimos a la marcha? ¿Los jóvenes comprometidos son una minoría o las personas comprometidas lo son en general? ¿Acaso estábamos allí todos los adultos que podríamos estar? A mí me dejó muy tranquila verles allí y entendí, pese a todas las críticas que reciben las personas de su edad, que el legado del compromiso, la lucha y el orgullo estará a salvo en sus manos: tan a salvo, al menos, como lo está en las nuestras.

Mi única crítica al respecto es una pregunta: ¿para cuándo incluir en las reivindicaciones de escuelas sin armarios el apoyo que necesitan los educadores LGBT para poder ser totalmente visibles? Un colectivo presionado y en muchos casos maltratado, que intenta sacar adelante un sistema educativo (cuando hay sistema, pues no todos se dedican a la educación formal) al que se le piden milagros ofreciéndole cada año menos recursos, resulta especialmente vulnerable cuando se trata de visibilizar su condición sexual. No se puede pedir a un profesor que sea el ejemplo que sus alumnos necesitan cuando él mismo tiene miedo de mostrarse como es. Y no me parece lícito excusarse en su condición de adultos ni en su libertad personal para soslayar la responsabilidad que toda la sociedad tiene cuando propicia que esta situación siga manteniéndose. No olvidemos que todavía son muchos los que opinan que la homosexualidad “es contagiosa”, hasta el punto de que en algunos países se prohíbe a los homosexuales ejercer la docencia. Puede que este tipo de homofobia pase desapercibida para la mayoría, pues el acento está puesto en los alumnos; sin embargo, muchos profesionales, que sufren una permanente desconfianza hacia su labor simplemente por el hecho de dedicarse a la educación, se sienten impotentes cuando piensan en unir a esa desconfianza la que puede generar el exteriorizar su orientación sexual. Y creo que, en este como en otros aspectos, la clave está en proteger y animar, no en exigir y señalar a quien ya tiene cubierto su cupo de autoexigencia y estigma.
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Por otro lado, este año mi novia y yo decidimos marchar junto a las familias homoparentales que participaron bajo el lema “Orgullo de familia”. La verdad es que para mí fue muy emocionante ver a tantos pequeñuelos de la mano de sus madres y padres, y como dijo mi novia, caminar junto a ellos nos hizo sentir que formábamos parte de algo. Y es que entre las familias homoparentales se establecen unos lazos que, a mi parecer, no se forman ya en otros colectivos dentro de la comunidad homosexual. Entre ellas surge un sentimiento de pertenencia que no surge cuando te encuentras simplemente entre homosexuales. Para mí, en este último caso se establecen relaciones personales, o por afinidad, en las que el componente homosexual puede llegar a diluirse entre los demás. En el caso de las familias no, aunque pudiera ser que esto solamente ocurriera porque son todavía muy vulnerables y por ello necesitan y generan el apoyo que brinda la comunidad. Me imagino que quizá esto siga ocurriendo en otros grupos LGBT especialmente vulnerables, pero reconozco que no puedo asegurarlo porque no conozco ninguno de primera mano.

No obstante, esta sensación, por idílica que parezca, está equilibrada en mi cerebro por la certeza de que las relaciones entre las familias homoparentales no son siempre excelentes, y estas ni siquiera buscan siempre o de manera preferente el apoyo de la comunidad, por más que se aconseje, por el bien de los niños pero también de sus madres y padres, que se establezcan relaciones con otras familias como la suya.

Para terminar, quiero darme el gusto de ponerle un CERO PATATERO a la organización de la marcha por parte del Ayuntamiento. Algo en mi interior me dice que no tienen ningún respeto por nuestra seguridad, y que si en medio de un millón y medio de personas se producen unos cuantos accidentes y avalanchas, tanto mejor, “que ya hay mucho maricón suelto y tanta tortillera paseándose a sus anchas no se puede tolerar”. De lo contrario, no se explica que no pusieran vallas para delimitar el recorrido de la marcha, o que no hubiera cierta (sólo “cierta”) presencia policial, sobre todo teniendo en cuenta la cantidad ingente de público que acude al evento. Y es que así pasó, que mientras caminábamos por Gran Vía la marcha se estrechó hasta, simplemente, disolverse. El público y las personas que participábamos llegamos a mezclarnos, y nos costó bastante volver a abrir un pasillo por donde seguir; especialmente dramático fue el caso de algún que otro niño, que de repente se vio rodeado y medio aplastado por miles de adultos que caminaban frenéticamente a su alrededor. En fin, no digo que la solución sea blindar a los manifestantes, pero algo más seguro que se puede hacer… si se quiere.

Y esta es la crónica del 5º Orgullo al que acudo como lesbiana.
¡Encantada!

jueves, 2 de julio de 2009

Avanzando

Hoy se ha dado el primer paso hacia la despenalización de la homosexualidad en la India.
Un pequeño gran avance para toda nuestra comunidad.

¡Encantada!

miércoles, 1 de julio de 2009

Por la puerta grande

Habíamos quedado para cenar y varios de mis compañeros de trabajo iban a llevar a su pareja. Así que yo, ni corta ni perezosa, decidí presentarme con mi novia y dar el sorpresón.

En mi trabajo no hay muchas oportunidades de confraternizar a los niveles que yo necesito para revelar tamaña noticia, por lo que la ocasión era un ahoraonunca de los buenos. Después de meses intentando encontrar una conversación que me permitiera confesarme, me había dado cuenta de que el momento perfecto nunca llegaría, y menos aún los momentos perfectos que necesitaba para ir hablando con mis compañeros de uno en uno. Así que, cuando se planteó la cena, no pude dudarlo y no lo dudé.

Lo cual no quiere decir que las tuviera todas conmigo. Según nos íbamos acercando, me iba invadiendo la certeza de no poder controlar mis esfínteres, es decir, mearme, cagarme y vomitarme encima en el momento de las presentaciones. Pero, aun doblada por el peso de una piedra en el estómago que sin duda hubiera hundido en el lago al lobo de las siete cabritillas, fui capaz de decir la frase mágica todas las veces que fue necesario:

─ Esta es L, mi pareja.

La reacción de mis compañeros fue parecida. Casi todos sabían que iría con mi pareja, algunos se acababan de enterar de que no era la solterona que aparento apenas dos días antes, y seguramente ninguno se atrevió a cuestionar la regla heteronormativa que explica que cuando una mujer tiene pareja, esa pareja es un hombre. Por todo ello, necesitaron unos segundos para hacer la siguiente operación mental:

─ Así que esta chica no es su amiga, ni su hermana, ni su prima, porque claro, ella iba a venir con su pareja y no con su amiga, ni su hermana, ni su prima, de modo que esta chica es su pareja, con lo que su pareja no es un chico, y si su pareja no es un chico, resulta que, contra todo pronóstico y a pesar de no existir evidencias previas, nuestra compañera de trabajo ES LESBIANA.

Fue bastante curioso ver ese momento de confusión reflejado en sus rostros. Pero mucho mejor fue asistir a lo que pasó después. Y es que todos sonrieron. Sonrieron, saludaron a mi novia, le dieron conversación durante la cena y me abrazaron cuando nos despedimos.

Desde aquel día, la compuerta que sujetaba las emociones que tanto mis compañeros como yo deseábamos compartir se abrió de par en par y todo empezó a fluir a borbotones. Mis compañeros me han abrazado, sonreído y dado muestras de complicidad más en unos días que en todos los meses que llevamos trabajando juntos. Y aunque a mí todavía me cuesta no seguir manteniendo la distancia de seguridad que me alejaba de ellos muy a mi pesar, sé que es cuestión de tiempo ser capaz de normalizar mi relación con ellos y comportarme y vivir como los demás.

Una nueva batalla ganada.
¡Encantada!

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